Por: Darwin Bedoya (*)
Quiero empezar estas líneas con un tono casi bíblico: en el principio fue la poesía, esa esquiva avecilla que Oquendo llegó a domesticar. Luego fue Churata, quien en medio de la maleza verbal se abrió paso hasta encontrar su único libro que hoy tantos sabuesos buscan a rabiar. Al tercer día vinieron, como una dolencia, todos los demás (Peralta, Armaza, Nava, Miranda, Aramayo, Zaga, Espezúa, Rodríguez, etc.), luego fueron llegando los otros, los irreconocibles, aquellos que trajeron bajo su brazo una hambruna terrible de poesía o de cualquier cosa parecida a la literatura. Nadie escribía tan bien que digamos. ¿O eran solamente algunos?
En cierto libro olvidado por todos, alguna vez leí lo siguiente: «al granuja que se sabe buen escritor se le reconoce inclusive por la manera de andar». No sé si esta frase sea absolutamente cierta o comprobable; sin embargo, hay otras formas de comprender o comprobar eso de «buen escritor». Por ejemplo, cuán cierto es que el escritor de verdad no necesita colgarse de nada, ni de nadie. No necesita ganar ningún concurso, no requiere de ningún tipo de publicidad, ni de tarjetas, ni de críticos, ni reconocimientos. En el buen escritor no se instalan las ideas de grandeza con la publicación de un libro o de dos. La alimaña que escribe bien siente un endemoniamiento terrible solamente por crear e imaginar algunas cosas que Dios olvidó hacer o decir. El extremo de esa sabandija llamada buen escritor es que la vida únicamente le alcanza para escribir. Este bicho raro, cuando escribe, siente que tiene alas, pero no se echa a volar apenas se entera que las tiene; por el contrario, las mueve hasta pulverizar la imaginación y se ve por los aires sin mover esos brazos alados, y entonces vuelve pavorosamente a hacer lo suyo: escribir, escribir. Aparte de ello, este infeliz escritor, debe estar conciente de que su vicio de escribir en soledad es una enfermedad pandémica y sin remedio. Nadie lo va a curar de ese terrible mal de letras, ni siquiera una columna de ángeles llegando a este terrestre suelo, ni siquiera un harem de vírgenes desnudas.
Parece que en Puno, después de una reflexión honda y verdadera, algunos que creían ser escritores de verdad, de pronto han comprendido la dimensión de sus alas, pues lo de granujas o de bichos les ha quedado como una designación muy inalcanzable. Al concluir este año 2008 y al realizar este necesario balance de la literatura puneña, nos damos con la grata sorpresa de que no hay poetas por docenas, tampoco hay libros, revistas, boletines ni plaquettes por doquier como quiso aparentar el año anterior; este año, empero, la ausencia de esas avalanchas es una buena señal. Es un indicio de que están detenidos en meditar que lo que uno escribe no es inmediatamente publicable. No.
Mientras tanto, el hecho destacable de este año que ya concluye, sólo será y quedará para memoria de muchos: ese intento de Walter Bedregal por reunir a las mejores voces de la poesía puneña en un libro titulado «Aquí no falta nadie», ese texto del que muchos reniegan, incluso algunos sin haberlo leído siquiera. Sus más de 300 páginas serán la señal de que algunos han andado un poco lejos. El tiempo se encargará de decir si verdaderamente valió la pena o no publicar esta antología. En síntesis: un libro para la discusión, que se atreve a mantenerla en tiempos de temperancias, connivencias, mariconadas, vilezas y silencios. Ojalá, cuando aparezca por ahí la razón, esta antología sirva para propiciar el fuego de una discusión alturada que se hace necesaria no sólo para el género de la poesía, aunque, sin duda, muy prioritariamente para ella; sino también para hacer reformulaciones en el proceso de creación literaria en Puno.
Por otro lado, no se conoce ni se ha presentado otro libro que tenga alguna relevancia. No ha habido eventos mayores donde haya triunfado la literatura, salvo el homenaje a Efraín Miranda Luján y el Encuentro de Escritores Sur peruanos realizado en Lampa. No se trata de una cuestión ajustada a las preocupaciones de ciertos «especialistas», sino de un foco que comienza a iluminar prácticamente todos los rincones de las aspiraciones del escritor joven o, de ese maestro hasta cierto punto conocido, a tal punto que tendremos que poner el telón de fondo que siempre fue un nombre y un libro, o, en todo caso, los «poetas malditos» que ya no quieran escribir, tendrán que salir de este loquerío usando la puerta de emergencia, rompiendo los cristales y llamando a los bomberos, porque en los últimos años la literatura puneña se ha convertido en un prisma a través del cual se podía ver, descubrir, comprender y examinar un cierto proceso decadente de consolidación literaria. No es fácil determinar si esto está ocurriendo para bien o para mal de nuestra tradición literaria; pero lo que puede decirse es que responde a pulsaciones reales cuyo origen es la necesidad de escribir algo de verdad publicable y que, sin ser prioridad vital o necesaria, desde fuera pueda ser vista con dignidad.
Finalmente, para conservar el tono bíblico, concluyo con estas líneas casi apocalípticas, casi proféticas: la construcción de una verdadera literatura —en el buen sentido de la palabra— es relativamente posible, y se logró en etapas anteriores a la actual, por ello, es aceptable afirmar que la construcción de textos auténticos será una peculiaridad, quizá dentro de la postmodernidad, como respuesta a la individualización exacerbada que sufren algunas sociedades, particularmente (aunque no únicamente) la nuestra. En este país donde el arte no paga, ni pagará nunca, las cuestiones literarias tienen otro lugar. Ocupan una muy importante jerarquía cuando se trata de hacer algo en serio. Tal vez por ello, en los próximos días se tenga noticias verdaderas de un texto que justifique el tiempo perdido y la pasión y la seriedad y la preparación y la información y la imaginación. Y la innovación y la propuesta. Tal vez. Quiero citar aquí las palabras de un granuja de raro nombre que decía esto sobre la poesía: «Me aterra la poesía. Es como si repentinamente tuviera que decidir la suerte del mundo y yo nunca he querido decidir nada, peor la suerte del mundo. Para esas cosas desagradables está Dios. A mí, por Dios, que me dejen tranquilo. No se diga en este sanatorio, que es como un lago donde se reproducen las pesadillas de todos los hombres; no se diga que yo escribí algún poema, jamás entraría a tamaña vastedad, tampoco haría tan terrible mal». ¿Puno era tierra de poetas? ¿Es?
Por eso habrá que desgarrarse el alma y descubrir la esencia natural de las cosas. Habrá que alcanzar la vida del granuja y saber conservar las alas porque nuestro andar todavía tiene defectos que son posibles corregir. Tal vez un día encontremos las palabras mejores que el silencio.
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Fuente: El Katari (Boletín de letras) Nº 13-14 . Puno, diciembre, 2008. Dirige: Víctor Villegas.
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