miércoles, 31 de diciembre de 2008

LUZGARDO MEDINA EGOAVIL: JUGANDO AL AMOR Y DEGLUTIENDO LAS VIEJAS TARAS


Buenas noches queridos amigos:
Mis primeras palabras son de agradecimiento por perder el tiempo conmigo, en este acto que prometo no olvidar. No digo nombres por temor a olvidarme de alguien, y ahí sí que se me podría venir el mundo abajo. Amigos, desconocidos, bienaventurados, bendecidos, ajenos, olvidados, piratas, curiosos, enemigos, laicos, todos, sean bienvenidos a esta cena con la señora poesía.
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JUGANDO AL AMOR Y DEGLUTIENDO LAS VIEJAS TARAS

(Todos saben o creen saberlo todo, todos ignoran o creen ignorarlo)

Las viejas mentes siguen considerando pecado el buen sexo, aunque —claro— esas viejas mentes no saben lo que es tener un buen sexo, una buena comprensión de su cuerpo, un buen gozo, un pletórico grito de euforia. Obvio, si Freud estaría aquí, diría que tengo ciertos comportamientos o desviaciones que merecen un estudio más psiquiátrico; aunque, de profundidad, él sólo haya estudiado sus propios desvíos o sus propias exploraciones oníricas. Entonces, surge la pregunta: ¿Cómo debe ser y cómo no debe ser el buen sexo? En este instante muchos o muchas ya comenzaron a entrar en pánico, comenzaron a sentir una elevación de su temperatura, porque saben y entienden que el sexo siempre ha sido un tema tabú que unos lo han llevado al plano político. (La gente no olvida, aún, el sexo oral de una secretaria con un presidente, acto que casi le cuesta el sillón presidencial). Para unos es un tema de economía, y para otros un tema de suma transparencia, porque según afirma el intelectual Marco Aurelio Denegri, el sexo te humaniza y te vuelve más sensible a las cosas buenas (qué bella esta descripción, aún cuando este eunuco intelectual ya no la ve hace tiempo). Como ven, el tema es sumamente agradable y extremadamente grandioso que no tiene comparación con ninguno de los placeres, toda vez que —a quien lo hace—, le da suma energía, algo así como si hubiese tomado una pócima de nutrientes, convirtiéndose en una varita mágica que lo transforma en un ser angelical (aunque de ello mi compadre de iniciales RRV no sabe nada, pues solamente se limitó a comprar sexo bisexual en el parque Duhamel y zonas adyacentes, sintiéndose orgulloso de tener calle —opinión que la respeto, pero que no la comparto—). El amor es un sentimiento noble y humano; y, hacer el amor es poner en práctica el humanismo que uno lleva consigo, es prolongar ese gran latido que une a las personas cuando existe un mínimo de ternura o un máximo de admiración; es entonces que la mujer y el hombre adquieren cierto brillo en los ojos; la piel comienza a tomar —parece— otro destello, otro sabor u otro color. Podría decir en esta noche, —a ojo de buen cubero—, quiénes ayer u hoy tuvieron una cita de pasión y ternura. El amor así como la tos no se puede ocultar. Hablar del buen sexo es tener otro concepto de la vida, es obtener una percepción más elevada del porvenir, hablar de ello dándole tonos de morbosidad es decaer y poner en riesgo un tema tan apasionante y tan milagroso. Si yo digo por ejemplo: orgasmo, en esta sala varias mujeres comienzan a ruborizarse (porque saben qué es tocar el fruto del paraíso), y para otras es sólo una palabrita sin riesgo alguno y sin aderezos. Si digo: impotencia o frigidez o eyaculación precoz, los varones —por ahí— comienzan a tener cierto reparo y a decir para sus adentros, éste patita es un consejero sexual o un poeta en ciernes o quizá nos quiere transmitir sus exploraciones amatorias. Y aunque hace buen tiempo ya no la veo tan a menudo (confieso de paso haber sido un fiasco en la cama), puedo sostener que nunca fui tan feliz como cuando terminé de escribir Bajas pasiones para un otoño azul, libro que resume el impulso sexual o la ambrosia carnal o los excesos de ternura o los desbordes de la pasión o las primacías del deseo contenido o la fiebre de la piel o el beso multiplicado y compartido en el más absoluto de los silencios en su total desnudez. Aquí, en este libro, trato de vencer la soledad, la tristeza, el olvido, la oscuridad, la ignorancia que se tiene sobre el acto amatorio y toda la secuela que puede dejar en las mujeres que no manifiestan su sentir, porque siempre callan; y si dicen algo, pues, alteran la respuesta para hacer sentir bien a su pareja, trayendo consigo una reflexión parecida a “si quieres llevar una buena relación, dile que es lo máximo y que en el mundo no hay otro como él”. Entonces él, todo un superman de afiche y de supermercado, cree dominarlo todo, pero en el fondo, tiene una capa (de abajito) que no le sirve para volar; toda se estructura no es de acero, no vence ni a su propio miedo, le teme a su sombra, tiene pavor de introducir los pies en sus zapatos, dice cosas incoherentes para alegrarse a sí mismo, pronuncia palabras deleznables e inmundas porque su léxico no va más allá de “o sea”, “digamos”, y como cree —o le han hecho creer— que es un superman de cloaca, cree saberlo todo, incluso da lecciones a sus Marilias de ocasión. Cuidado, ya no estoy hablando de mi desheredado compadre de iniciales RRV —del que su padre casi se muere de no se sabe qué vaina, y en estos momentos ya no gutura ni una sola palabra de amor ni de cólera—. Este sujeto que crece sobre una mentira, termina siendo una pálida figura de salón de belleza o un viejo mueble que todos creen que es de buena manera; pero todo es vana ilusión, ilusión que nació de una mentira y creció como el mismo poder de Poncio Pilatos que mandó construir su propia sepultura. Este libro que hoy presento totalmente desnudo de prejuicios, desnudo de críticas, desnudo de enmiendas, desnudo de caprichos, es la voz de una mujer; sí, es la voz de una mujer que tiene una edad promedio entre 35 y 55 años, (más o menos, como dicen los que hacen malabares con las estadísticas, cinco puntos arriba y/o cinco puntos abajo… puede jugar). Es la voz de una mujer que quiere decir algo sobre su amante, no sobre su marido —que cumple su papel, siempre indecoroso, a la muerte de un Obispo o lo hace con la solemnidad del aburrimiento—, quiere hablar de la persona que está debajo de la mesa, sobre aquel personaje espiritual que la hace feliz a la hora imprecisa y tiene el duplicado de la llave; quiere hablar sobre aquella persona que está en el lado oculto de la luna —aunque haya buena luz solar o esté nublado—. Este libro, es la voz de una mujer que quiere manifestar sobre sus necesidades de hacer el amor en las orillas de la locura o de cualquier mar sin estrellas o en las orillas de la impiedad; es la nostalgia de una mujer que sigue explorando los acordes sensuales de Sara Brihgtman / Enya / Lorena McKenit (ángeles que no morirán a pesar de la crisis internacional y la depreciación del petróleo y de los metales); es la voz de una mujer auténtica que no quiere olvidar para nunca aquello que le da la vida o le otorga una razón para vivir; es la voz de una mujer que aprendió a soñar con la luna de abril a comienzos de este siglo. Y lo escribe una mujer que no teme a morir apedreada —tal cual está escrito en la ley judía—; este libro es la voz de una mujer lejana que solamente se dedica a construir su castillo para la vejez. Una noticia fue el punto de partida para este poemario: El 47% de mujeres en edad otoñal tienen un amante (diario El Comercio, 23 de marzo de 2006). Contrario a ello decía que el 75% de varones son infieles (siempre en el mismo diario y el mismo día, no se olviden). ¿Creemos en las estadísticas o no?, ¿ser o no ser?, ¿aprobamos o no aprobamos esta encuesta que hicieron en Lima? Felizmente Lima queda lejos y en nuestra ciudad nacemos, crecemos, nos enamoramos, tenemos nuestra pareja y con nuestra pareja tenemos hijos, y con ella después nos vamos de este mundo practicando una fidelidad a toda prueba. ¿Es así o no es así?, ¿qué hay detrás de todo lo que digo? Tenemos miedo a ser sinceros en los temas del sexo, no queremos salir a la luz, pero las mujeres no se conforman, los hombres hacemos lo que podemos, las mujeres tienen más agallas, los hombres somos de cliché, las mujeres son de armas tomar, los hombres somos egoístas porque únicamente nos interesa satisfacernos primero y luego seguir satisfaciéndonos, las mujeres esperan lo que dura un siglo y después siguen esperando y después continúan esperando. Así no juega Perú, amigos. En este mundo de “amistades” y amistades, tuve, por ejemplo, una amiga que nunca se había desnudado frente a su pareja porque su cuerpo tenía ciertas bondades de exhuberancia aquí y allá; todo lo hacía a ocultas de una lámpara encendida o en la más absoluta oscuridad y hasta en el más sepulcral de los silencios; y luego, con el paso del tiempo, ni él ni ella guardaron en el recuerdo el rostro de su pareja. Así ocurre en la poesía; nunca nadie ha escrito por la mujer, por esa mujer que quiere decir y afirmar algo de modo contundente, por esa mujer que está un poco entrada en años pero que desea ser poseída con amor y no por simple mecanismo o acto robótico, que desea ser amada con absoluto respeto y no siendo utilizada como mera máquina de hacer pop-corn, por esa mujer que tiene un glorioso tatuaje de lascivia en los ojos y es el estigma de un amor pleno y memorable; por esa mujer que teniendo sus años de otoño sigue buscando un tesoro de vida porque quiere sentirse amada y enseñoreada; por esa mujer que desea compartir sus días y sus noches futuras. Aquí no valen las fuerzas de poder ni las pócimas de los chamanes, aquí no valen los amarres eternos o los conjuros de hacer volver a ser amado en 24 horas, aquí no valen los linajes ni los cargos públicos, aquí nada tiene que ver las distancias ni los sagrados colores de las banderas de los países sin nombres, aquí no valen las cirugías en el vientre ni en los pies ni en las rodillas; el tema es del amor, del amor otoñal con un buen sexo, el amor otoñal con un respeto a toda prueba: con altura, a ocultas del mundo y a ocultas delpasado-delpresente-delfuturo, a ocultas de los credos y las confesiones, a ocultas de los gustos y colores, a ocultas de los grupos que predican la cumbia como si en cada letra estuviera la tabla de salvación. El tema, —digo, repito y vuelvo a decir—, es el amor prohibido, el amor clandestino, el amor que no causa tristeza, el amor que ayuda a reinventarte, el amor que te da alas para volver a sentirte viva o vivo, el amor que no necesita de cirujanos plásticos, el amor que no requiere de otros condimentos que no sea La Palabra, la palabra exacta en el momento exacto, la palabra deshuesada en los días de invierno, la palabra íntegra como una flor de arroyo, la palabra extenuada pero siempre dulce, la palabra bien construida para desterrar los males de la noche, la palabra emplumada en la fresca rama de la miel, la palabra líquida en los tiempos de sequía, la palabra desnuda y expuesta al sol con toda la absolutez de la ternura, la palabra que perdona todo lo perdonable, la palabra tierna con la ternura más ternurienta, la palabra en el día de la palabra, la palabra en el fondo de las cosas impredecibles, la palabra de la ciencia en los días de la pena, la palabra de la dicha en la dicha que no llega, la palabra cercana que sale por el corazón y no por la boca. Sólo ella nos aproxima a la que amamos o al que amamos. Es cierto que también el silencio es una forma de expresión, pero no siempre las cosas se superan en silencio; y no basta el silencio para decirlo todo. No sean como Edita (para unos simplemente Eda), que por tanto cuidar su destino existencialista quedó con un mundo de frustraciones; y pese a que un día un pervertido amigo —o audaz amigo, no lo sé— quiso hacerle ver una realidad al desnudo, ella se quedó con sus migrañas, con sus forúnculos en la piel, sus ahuyentadores orzuelos y sus manzanas del pleistoceno. Al final, Eda se quedó sin su Adán y ahora se pasea por la ciudad con sus 70 años a la espalda dedicándose a criticar hasta los piquitos que se dan las palomas en la Plaza de Armas; de su boca no se salva Brooke Shields y menos Anacleto Chambi (un prolífico macho cabrío de la comunidad de Chinkayllapa). Tengan mucho cuidado señoras y señores, que no todo es hacer dinero ni estar pendientes de la herencia de papá; todo crece en la medida que haya equilibrio en la intimidad. No te conviertas en un amargado o en una amargada, recuerda que el clima no tiene nada que ver con tus laberintos y tus carencias fálicas. Sean como mi hermana poeta que declaró públicamente, en un poema, tener 77 amantes y con todos haber aprendido llegar a la felicidad; no sean como mi otra amiga que fue operada de sus juanetes y conoció la belleza después de 27 años de casada (claro, fuera de su casa) y bajo el imperio de otros besos. Sé que en este instante estoy a tiro de gracia de quienes profesan la cucufatería y la mojigatería; no me importa, tantas veces he muerto y tantas veces he vuelto a la vida, tantas veces me han enviado al exilio y de ahí he retornado exitoso, tantas veces me quitaron el amor que me juraron que una vez más ya no hace daño —tantas veces que me dijeron ¡bestia!—, que ya tengo comprada la santidad. Pero eso sí, en nombre de quienes no tienen voz ni vela en este entierro, en nombre del 47% de mujeres que todavía no manifiestan su amor real (por obvias razones como el qué dirán o perder su reputación, además de perder el 50% de los bienes adquiridos conyugalmente), hoy entrego este libro de confesiones aunque me quemen en la hoguera, aunque ya no me llamen por mi nombre ni me recuerden el nombre de la primera mujer que amé en mis últimas dos vidas, y aunque todos sepan el nombre de la mujer en mi próximo nacimiento.

*Texto leído por el poeta Luzgardo Medina Egoavil (en la foto) el día de la presentación de su libro Bajas pasiones para un otoño azul (Lima, Ediciones Copé, 2008).

martes, 30 de diciembre de 2008

UN REINO INALCANZABLE: (A propósito de la poesía de Denisse Vega Farfán)


UN REINO INALCANZABLE: (A propósito de la poesía de Denisse Vega Farfán)

Por Róger Santiváñez.

La poeta empieza ignorando o negando su procedencia: “no conozco padres / soy la consecuencia de varios apareamientos”. O quizá es el producto de una mezcla, de aquella fusión incomparable que es el Perú. Su existencia es un enigma, su identidad una sombra cuya configuración es impalpable y sin embargo colectiva: “mi nombre está detrás de todos los nombres”. Lo concreto es que nos habla de un reino (primer intertexto eielsoniano) en el que no habitamos. Pero allí “nuestro corazón huele como nuestros excrementos” y “ya nadie se mira a los ojos”; es decir nos rodea un deshumanizado mundo hostil.

A pesar de dicha situación “en medio una niña de color azul / me extiende la mano”. O sea, podemos pensar que es una transformación de la niña egureniana portadora de la lámpara del mismo color. Imagen de la poesía que le ofrece sus dones. Y contradictoriamente el yo poético de Una morada tras los reinos (título del libro que aquí brevemente comentamos) reconoce “esta sana manera / de saberme culpable”. Todos estamos envueltos y comprometidos en lo que está sucediendo, pero la poesía es —todavía y siempre— lo más puro en un mundo que se destruye íntegramente por sus ocho costados (como habría dicho Ramírez Ruíz).

Por fin el sujeto poético penetra al reino y comprueba —hablando en segunda persona— que “no es distinto de la comarca de donde vienes” aunque “en el reino nadie es más digno que el Rey / con su corona de huesos / su abrigo de sierpes / y su banquete de moscas”. No importa, tras la experiencia la poeta termina: “reclamando la dignidad / de un nuevo nombre / de un reino / sin corona”. Podemos aceptar que se trata del reclamo utópico que entran a la poesía o quizá el de una sociedad diferente, sin explotadores ni explotados.

La lucha es difícil y problemática y alguien anima a la poeta diciéndole: “oh ave / insiste” con lo cual vemos a nuestra autora plena en su dimensión lírica, hermosa y alada, estimulada para persistir. Porque en suma —hecha una terrible contradicción— ella nos advierte: “cómo escapar a los designios de un abyecto Rey / que es uno mismo”. Es decir, en nosotros mismo está nuestro peor enemigo. Mas ocurre un siniestro y “las ciudades se devoran / el reino ha cedido al fuego”. Ha sobrevenido el Apocalípsis.

Y no ha quedado nada, o casi nada. Hubo “ríos de prusia” —twist de resonancia luchohernandeziana— y después sólo un niño —especie de nueva humanidad— en “las altas moradas de lo que no existe”, a quien la poeta se dirige en estos términos: “niño que sales del reino perdido / con mi nuevo rostro / y cantas”.Queda clado entonces que el nuevo ser, representado por la criatura en aparición posterior a la disolución total, no es sino un alterego de la poeta. Lo que equivale a sostener que tras la hecatombe humana, sólo ha de quedar (si algo queda) la imposible poesía posible. O la libertad, porque así se expresa Denisse Vega Fárfan —en los últimos versos del libro— con singular maestría rítmica: “no hay reino / recoge tus ojos del agua / entiérralos en tu corazón / sé libre / anda”. Go ahead.

[Roger Santivánez. 21 de diciembre de 2008, East Summerfield, primicias del invierno boreal]

RS: Es considerado uno de los poetas más importantes del Perú. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Antes de la muerte (Cuadernos del Hipocampo, Lima: 1979), Homenaje para iniciados (Reyes en el Caos, Lima: 1984), El chico que se declaraba con la mirada (Asalto al Cielo, Lima: 1988), Symbol (Asalto al Cielo, Filadelfia: 1991), Cor Cordium (Asalto al Cielo, Amherst: 1995), Santa María (Asalto al Cielo e Hipocampo, Lima: 2001), Eucaristía (Tsé-Tsé, Buenos Aires: 2004), y Amastris. Y en prosa poética narrativa la nouvelle Santísima Trinidad (Walter Cier, Lima: 1997), Historia Francórum (Asalto al Cielo, Boston: 2000) y el libro de relatos El corazón zanahoria (Sietevientos, Sullana: 2002). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán e italiano. Formó parte de los colectivos La Sagrada Familia (1977-79), Hora Zero (1980-81), Movimiento Kloaka (1982-84) y Comité Quilca (1989-90). Entre sus distinciones se encuentran el Primer Premio en Poesía de los IV Juegos Florales de la Universidad de Piura (1973), Mención Honrosa en el Concurso El Cuento de las mil palabras de Caretas (1985) y el Premio de Poesía JM Eguren de New York (2005). Acaba de graduarse de Ph. D. en Literatura Latinoamericana.

lunes, 29 de diciembre de 2008

FERNANDO IWASAKI, ESCRITOR PERUANO AFINCADO EN SEVILLA - ESPAÑA



Iwasaki en dos palabras

Nació en Lima, Perú, el 5 de junio de 1961. Se recibió como licenciado e hizo una maestría en Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde dio clases entre 1985 y 1989, año en el cual fijó su residencia en Sevilla. Allí dirige la revista literaria Renacimiento. Publicó una docena de libros, elogiados por escritores como Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Jorge Edwards y Antonio Muñoz Molina.


Cuentos:

—Tres noches de corbata (Ediciones AVE, Lima, 1987)
—A Troya, Helena (Los libros de Hermes, Bilbao, 1993)
—Un milagro informal (Alfaguara, Madrid, 2003)
—Ajuar funerario (Páginas de Espuma, Madrid, 2004)
—Helarte de amar y otras historias de ciencia-fricción (Páginas de Espuma, Madrid, 2006)
—Inquisiciones peruanas (Páginas de Espuma, Madrid 2007)

Novela:

—Libro de mal amor (RBA Libros, Barcelona, 2001)
—Neguijón (Alfaguara, Madrid, 2005)

Ensayo:

—Nación peruana: entelequia o utopía (Centro Regional de Estudios Socio Económicos, Lima, 1988)
—El comercio ambulatorio (coautor, Instituto Libertad y Democracia, Lima, 1989)
—Extremo Oriente y el Perú en el siglo XVI (Mapfre, Madrid, 1992)
—Mario Vargas Llosa, entre la libertad y el infierno (Estelar, Barcelona, 1992)
—El descubrimiento de España (Peisa/Arango, Lima, 2000)
—Mi poncho es un kimono flamenco (Alfaguara, Madrid, 2006)

Crónicas:

—El sentimiento trágico de la Liga (Renacimiento, Sevilla, 1995)
—La caja de pan duro (Signatura, Sevilla, 2000)


«Lo más importante es el tono
de la narración, que el lector lo
perciba como una confidencia
o una revelación»


Tiene 46 años, nació en Lima y desde hace dos décadas vive en la capital andaluza. Allí desarrolló una obra literaria que incluye cuentos, novelas, microrrelatos, crónicas, ensayos y textos históricos. Publicó una docena de obras, pero se define como un creador aquejado por la escasez de un recurso no renovable: el tiempo. Por eso, no hace borradores ni versiones preliminares, y su última novela lleva casi dos años a la espera de que su autor retome la pluma. «No hay elección», dice Iwasaki, optimista: «Seré un jubilado que escriba».

Por: Cristian Vazquez
cristianvazquez24@yahoo.com.ar

Ecléctico, divertido. Dos adjetivos, dos cualidades, que le van muy bien al escritor peruano Fernando Iwasaki Cauti. Ecléctico, porque muchas de sus obras abordan géneros y temáticas de lo más diversas, desde los cuentos tradicionales (reunidos en Un milagro informal) y la novela supuestamente autobiográfica (Libro de mal amor) hasta el compendio de historias de personajes reales del Perú colonial (Inquisiciones peruanas) y la colección de microrrelatos de suspenso y terror (Ajuar funerario), pasando por las recopilaciones de ensayos y crónicas. Divertido, porque es imposible recorrer la prosa de Iwasaki sin una sonrisa en los labios, cuando no se deja directamente estallar la carcajada. ¿El método? Un manejo del lenguaje certero (que le permite combinar, por ejemplo, sin mayores estridencias, costumbrismos peruanos con el habla coloquial española) y un sentido del humor afilado para hablar de temas en los que, cuando no hay temblores y conmociones, ay risas: el miedo y el amor.

Iwasaki nació hace 46 años en Lima. Allí estudió Historia y luego se dedicó a la docencia universitaria. A principios de los 80 llegó a Sevilla para terminar su tesis doctoral, y desde fines de esa década se afincó para siempre en esa ciudad. Es allí donde formó su familia, da clases, dirige la revista literaria Renacimiento y planea vivir el resto de sus días. Aquella tesis doctoral por la que cruzó el Atlántico nunca la terminó; por eso la última edición de Inquisiciones peruanas lo define —parodiando el estilo de los viejos catecismos y libros religiosos— como un «antiguo colegial de los muy reverendos Hermanos Maristas de la noble Provincia de Lima, Maestro de Historia y Artes en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Doctorando por la de Sevilla, hasta que el Ministerio le reconozca sus títulos de Ultramar». Desde la capital andaluza, que es su ciudad desde hace dos décadas, el escritor respondió, vía correo electrónico, a las preguntas de Teína.

Cuando uno piensa en tu formación como historiador, el primer beneficio en que uno piensa son los conocimientos adquiridos. ¿En qué más te ayudó?
El primer beneficio no tiene nada que ver con la Historia sino con la formación académica, pues como filólogo, filósofo o arqueólogo igual me habrían beneficiado el rigor, la metodología y la curiosidad bibliográfica. En cuanto a la Historia en sí como disciplina, el único beneficio es que he sabido orientar mis ficciones hacia los temas que yo mismo he trabajado como historiador, pues si quisiera escribir una novela sobre cátaros y templarios, sobre nazis y tenores o sobre etruscos y romanos, te aseguro que haber estudiado Historia no me serviría de nada.

¿Cómo combinás, si es que se combinan de alguna forma, tu trabajo para vivir y «pagar la hipoteca» con tu trabajo literario?

De mi trabajo «para vivir» depende mi familia. Del trabajo literario sólo depende mi equilibrio emocional. Así que no hay elección: seré un jubilado que escriba.

«Pagar la hipoteca» aparece en distintas entrevistas que le han hecho a Iwasaki como la síntesis de la dificultad a la que se enfrenta el escritor que quisiera dedicarse tiempo completo a la literatura pero debe trabajar diez o doce horas diarias para ganar el sustento. De ahí la pregunta. La respuesta deja lugar para pensar que, para proyectarse como un futuro «jubilado que escriba», la docena de libros que ya publicó son —al menos— un buen prolegómeno.


«Lo que escribo, cuando por fin escribo, es lo que queda»

Debido a que no dispone de mucho tiempo para escribir, Iwasaki explicó un método de trabajo que se vio en la «obligación» de utilizar en más de una oportunidad: pensar y tomar apuntes para sus obras, y luego dedicar un período intensivo de trabajo a la redacción final de sus textos. Sin embargo, en los textos se nota un tratamiento profundo del lenguaje, juegos de palabras y un estilo que, al menos en la superficie, parece «trabajado». ¿Cómo es ese proceso de escritura?

—Aquellas respuestas en las que hablaba sobre apuntes y meses en el congelador —dice el autor— se referían a los microrrelatos de Ajuar funerario (2004), pero ese método no es extrapolable a mis otros libros. Cuando escribí Neguijón (2005), el lenguaje era otro protagonista de la novela y eso me supuso una compulsa permanente, pues todas las palabras empleadas en aquella novela eran de uso corriente en los siglos XVI y XVII. Con Libro de mal amor (2001) me ocurrió algo parecido, pues a veces un solo párrafo me ocupaba semanas. Lo que sí es cierto es que no hago ni borradores ni versiones preliminares, de manera que lo que escribo, cuando por fin escribo, es lo queda.

Hay escritores que se obsesionan con la corrección. ¿Corregís mucho los textos? ¿Hay algo de eso en el porqué de que un párrafo te lleve semanas de trabajo?
Es una cuestión de relación con el tiempo: como nunca tengo plazos perentorios para entregar un manuscrito, me puedo permitir el lujo de miniar una frase o un párrafo hasta quedar absolutamente satisfecho. Eso sí, una vez que pienso que ya está, no la vuelvo a revisar. Por eso digo que no hago borradores.

¿Qué hay de la autobiografía en tus relatos? Es decir: Libro de mal amor se presenta como «bastante autobiográfico». ¿Cuál es la relación entre realidad y ficción en general en tu obra?

Todos los escritores utilizamos nuestra vida y la de otros serviciales desprevenidos como insumo literario, pero no a todos nos interesa la «autoficción» y no todos los que jugamos con nuestra biografía lo hacemos al mismo nivel. La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa, La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante, y Tu rostro mañana, de Javier Marías, son tres ejemplos diferentes de escritura autobiográfica, pues van desde la más explícita hasta la más sugerente. A mí me interesaba que el lector supiera de antemano que Libro de mal amor es explícitamente autobiográfica, porque después no se lo va a creer. Y esa perplejidad también me interesa.

BIEN PENSADO Y ATADO

A la hora de hablar sobre procedimientos y técnicas de escritura, que cada escritor tiene los suyos, una de las cuestiones más interesantes suele ser cuánto conoce el creador de la historia que se propone narrar. Por ejemplo, Julio Cortázar escribe en la «Nota» final de Los premios: «Para mi maravilla y gran diversión, la novela se cortó sola y tuve que seguirla, primer lector de episodios que jamás había imaginado que ocurrirían a bordo de un barco de la Magenta Star. ¿Quién me iba a decir que el Pelusa, que no me era demasiado simpático, se agrandaría tanto al final?».

Iwasaki se posiciona en las antípodas del escritor argentino. «Nunca escribo nada sin tenerlo todo antes muy bien pensado y atado», afirma. «Admiro y envidio a los escritores que juran que sus personajes se les rebelan o a los que aseguran que simplemente no saben cómo van a terminar sus libros, pero yo debo ser o muy autoritario o muy maniático, porque hasta ahora mis personajes siempre han hecho lo que he querido».

Eso me recuerda a una frase de Raymond Chandler, que decía que cuando empezó a escribir no sabía cómo hacer entrar a un personaje a una habitación. ¿Cómo fue tu aprendizaje como escritor?

Para mí lo más importante fue encontrar el tono de la narración. Es decir, un tono que el lector percibiera como una confidencia o una revelación. Como algo personal, aunque se trate de una ironía.


En esa búsqueda, ¿cómo influyó el hecho de irte de Perú?

No me fui del Perú para ser escritor, sino para investigar en un archivo porque estaba trabajando en mi tesis doctoral de Historia. Lo que ocurrió fue que luego no me dediqué, como pensaba, a la enseñanza universitaria. No obstante, seguro que si me hubiera quedado en el Perú sí habría seguido enseñando en una universidad y no habría publicado ni la décima parte de lo que he publicado hasta hoy, aunque estoy convencido de que sí habría continuado escribiendo.

LAS INFLUENCIAS Y LA ACTUALIDAD

Cuando lo consultan por sus influencias, a Iwasaki se le hace inevitable hablar de Jorge Luis Borges. Dice que el autor de El Aleph es el autor que le permite «ordenar» todas sus lecturas. También menciona a muchísimos otros escritores, como para hacer justicia con todas aquellas horas y horas de placer que, como a todo buen lector, los libros le proporcionaron. Pero el caso de Borges parece ser especial, y le dedica un lugar importante en el cuento «El derby de los penúltimos», incluido en el libro Un milagro informal.

Ese relato transita por tres ciudades y con personajes (peruanos, españoles, argentinos) variados, hasta que al final uno de ellos, Cocolucho, pide que lo llamen Jorge Luis. ¿Lo pensaste como un homenaje a Borges, o es un invitado más en la trama?
El protagonista del cuento en realidad es Félix del Valle, un escritor peruano tan olvidado… Todo el cuento es un homenaje a él, aunque aparezca Borges. Más bien, invité a Borges a que participara en el homenaje a Félix del Valle, como en los conciertos de los rockeros viejos.

Entre tus preferidos e influencias también mencionás a Cortázar y la colección Robin Hood. ¿Qué relación tenés con la literatura argentina, más allá de Borges?
Sin la literatura argentina yo sería un pichiruchi. Mi madre coleccionaba Billiken y yo leí maravillado aquellas revistas antiguas, pero llenas de cosas nuevas para mí. También tuve los cuentos de la colección Nueva Atlántida de Constancio C. Vigil —Chicharrón, El mono relojero, etc.— y los libros de Bomba, el niño de la selva de la editorial Robin Hood. Y no puedo dejar de mencionar mi colección de Mafalda y mi lectura semanal de El Gráfico, pues todo eso me preparó para comenzar a leer a Cortázar y a Borges. No obstante, también soy un gran lector y admirador de Sábato, Osvaldo Lamborghini, Di Benedetto y Marco Denevi. Procuro estar al día de las novedades de Aira y Piglia. ¡Me encanta Ana María Shua! Quise y leí mucho a Fontanarrosa (aunque yo soy «leproso»), así como leo y quiero a Rodrigo Fresán, Guillermo Martínez, Alan Pauls, María Fasce, Alfredo Taján, Pablo de Santis, Claudia Piñeiro, Marcelo Birmajer, Gonzalo Garcés y Andrés Neuman. Argentina es un continente literario donde uno todavía puede descubrir autores raros, geniales y olvidados como Alberto Ghiraldo, Manuel Forcada Cabanellas, César Tiempo y Conrado Nalé Roxlo. Por lo tanto, mi deuda literaria con Argentina es más impagable que la deuda externa peruana.

Para cerrar, ¿en qué estás trabajando actualmente? ¿Podés adelantarnos algo de tus proyectos futuros?
En septiembre de 2006 escribí las primeras 42 páginas de una novela que abandoné por falta de tiempo y que todavía no he podido retomar. Esto es algo que siempre me ocurre y contra lo que nada puedo hacer. Mientras tanto, repaso y corrijo algunos ensayos que podría publicar a lo largo de 2008, porque no todo en la vida es ficción.


Tomado de: revistateína Nº 17. (Valencia - España).

lunes, 22 de diciembre de 2008

ENCUESTA LITERARIA 2008 DE LA AGENDA PERUANA DE LITERATURA



Aquí no falta nadie. Antología de poesía puneña, de Walter L. Bedregal Paz, es uno de los títulos que del Grupo Editorial "Hijos de la lluvia", fue incluido en la categoría "Mejor Antología poética de 2008".

Gracias a la Agenda Peruana de Literatura los lectores tenemos una encuesta global sobre los libros del año. Dicha encuesta se realizará desde el 21 de diciembre hasta el 10 de enero, y está dividida por categorías:1-Mejor novela de 20082-Mejor cuentario de 20083-Mejor poemario de 20084-Mejor antología narrativa de 20085-Mejor antología poética de 20086-Mejor libro de crónicas de 20087-Mejor reedición narrativa de 20088-Mejor reedición poética de 20089-Mejor libro de ensayo/crítica literaria de 200810-Mejor libro de ensayo (Teatro) de 200811-Mejor revista literaria de 2008VOTE AQUI:

http://www.encuestaliteraria2008.blogspot.com/

domingo, 21 de diciembre de 2008

Aquí no falta nadie CANDIDATO A "MEJOR ANTOLOGÍA POÉTICA 2008"


Aquí no falta nadie

Antología de poesía puneña

Walter L. Bedregal Paz

Grupo Editorial “Hijos de la lluvia” & LagOculto Editores

2008-305 pp.



Hay poetas a los que Dios ha de expulsar del paraíso

para que no le hagan sombra.

E. G. Ordorika



La fractalidad en la poesía

Los libros y más si son antologías, tienen – y de eso, ya lo he comprobado – un momento mágico, su tiempo extraordinario que irrumpe casi sin darnos cuenta, ese tiempo para su espera, pero que definitivamente convoca toda una gama de comentarios y estos conformados por textos de diversa temática que aparentemente los alejan pero que en realidad los acercan y se aproximan para constituir el resultado del nuevo enfoque crítico literario – en esta oportunidad del sur peruano -, donde hacía tiempo no se notaba -al unísono-, desde un criterio simple y académico hasta mediocres análisis, de cómo la crítica literaria toma su papel como tarea casi de la imperfección; con palabras de José Miguel Oviedo: Una perpetua cacería que busca su presa mediante sucesivas aproximaciones y asedios.

La antología de poesía puneña, Aquí no falta nadie fue creada por un impulso interno irresistible, como el amor; pero cuando ya estuvo lograda, comprendí en la necesidad de protegerla, como a un hijo. Y entonces. Llega el momento de tropezarte con esa gran muralla: el crítico.

Es ahí donde entendí que las opiniones de los críticos no modifican ninguna obra, no le añaden ni quitan un milímetro; después de las alabanzas más desmedidas, como ataques enconados, la antología permanece igual, con sus mismas virtudes y sus mismos defectos. (WB).



Breves comentarios del libro, por algunos entendidos en poesía:


Pero la antología de Bedregal ha levantado más que polémicas, más allá de su buen gusto o no, del buen o mal análisis de la obra escogida, ha provocado una suerte de huracán que atrae a su centro a todos los actores de su empresa (antologados, no antologados, lectores, críticos, estudiosos y curiosos) y desde el ojo de ese huracán cada quien opina sobre si la mirada de Bedregal fue la correcta. Y el libro en sí, será sometido a la mirada fractal de cualquier otro estudioso, que busque explicaciones técnicas, éticas o estéticas a la poesía escrita alrededor del lago.

Alfredo Herrera Flores.


«La antología de poesía puneña Aquí no falta nadie es uno de los libros más importantes de la literatura puneña de los últimos tiempos. Nos sorprende su aparición. En su selección hubo muchísimo cuidado para considerar a los autores y a los textos, dos aspectos que nos parecen notables pues su autor, Walter Bedregal, nos muestra un tremendo gusto por la buena poesía, lo cual, seguramente se debe a sus infatigables lecturas que, además, debido al prólogo de este libro, nos permite saber que está informado ampliamente sobre las últimas tendencias de la crítica literaria, los presupuestos teóricos empleados en este libro que, reitero, son ciertamente notables.

Juan Luis Cáceres Monroy



«Esta antología es una visión nueva, un enfoque diferente, una propuesta distinta, fundamentada en presupuestos teóricos actualizados y tamizados en un esfuerzo globalizador de todo el proceso poético puneño. Así, vamos a encontrar ejes temáticos que reúnen a poetas de la primera década del siglo pasado con poetas «novísimos» o de fin de siglo. O también estilos o escrituras similares, sesgadas en el tiempo por elementos inubicables para ojos menos visores que los de Bedregal.

Percy Zaga



Esta antología viene a cubrir un hondo vacío
olvido que alguien por ahí debió realizar, parece que ahora ya no hará falta, porque ésta de Bedregal, no sólo llena ese vacío, sino que también lo cubre pulcramente. El antólogo de Aquí no falta nadie obvia la historia de los diversos movimientos y épocas o estilos poéticos (poquísimos realmente en Puno) y, en cambio, asume los postulados de Genette y Deleuze–Guatari, quienes enrumban hacia otros horizontes su visión literaria, unos espacios que tienen rasgos o aperturas de conexión, heterogeneidad y sus principios de multiplicidad, tal como señalan en los núcleos que configuran los capítulos vertebrales de Mil mesetas.

Darwin Bedoya



Las antologías siempre darán que hablar, porque no son todos los que están, ni todos los que están son. Pero la que reseñamos, ha sido petardeada desde todas las ínsulas lacustres, aun por los propios antologados. Y ello, según el autor, está bien, porque así declaran la existencia de su trabajo ante el registro civil literario.

Desde el título tiene un espíritu provocador, porque si no falta nadie, las ausencias están demás. Sin duda que esto ha llamado la atención de los puneños y han enfilado contra el libro sus lanzas coloradas.

José Gabriel Valdivia



De ahí que no hay nada que reclamar a Walter. ¿Quemar el libro?, ¿recomendar que no se compre, o no se lea? No, nada de eso, pues parafraseando lo que le dijo a través de una carta César Vallejo a uno de los seleccionados, la antología ya está caminando, y «lo demás está en los estantes y eso nos tiene sin cuidado”.

José Cordova


Lo que quiero decir es que aquí los pacifistas no son bienvenidos, los conciliadores pueden tomar su lugar entre los conformistas, es decir los mediocres, la poesía es un espacio para guerreros y este libro tiene aroma a batalla.

José Luis Ramos Salinas



La antología tiene un extenso prólogo donde se hace hincapié justificativo de los poetas que se han seleccionado, considerando de cada uno de ellos méritos y singularidades que hacen posible merecerse el espacio del antologador. Así mismo en dicha presentación desde el título “Las puertas se han cerrado” se opta por una postura diríamos preclusiva, donde se cierra no sabemos con claridad la razón, la voz de otros poetas.


Boris Espezúa Salmón




Por otra parte, lamento que en Puno todavía no tengamos una noción clara de qué es una presentación de libros; no distingamos aún cuándo una situación comunicativa exige un diálogo espontáneo o protocolar; y que continuemos utilizando dichos espacios para manifestar nuestras propias frustraciones personales, narcisismos excéntricos sin propósitos crítico-valorativos.

Bladimiro Centeno Herrera



Me parece que la polémica ha degenerado. Se quiere retorcer la lógica y se pone atención a detalles con el único fin de alargar el juicio y aburrir a la opinión publica. Están creando cortinas de humo para evitar la discusión sobre el tema de fondo: tu intento de reordenar el canon regional de la literatura puneña con un nuevo modelo teórico.

Me parece legitimo de tu parte la utilización de la teoría de los fractales.

Juan Zevallos Aguilar



A menudo las antologías son famosas por los nombres de los ausentes, excepciones que confirman las motivaciones que las producen. Es decir, no todas las antologías están hechas para poner en vitrina a los más queridos, los más aptos, los más conocidos, sino para señalar derroteros, bucear en los caminos que construyeron la pasión literaria de un espacio cultural y geográfico. La gran poesía puneña, en 'Aquí no falta nadie', antología poética de Walter Bedregal Paz, puede darse el lujo de reconstruir un itinerario de voces que coinciden, se contradicen, suman. Se trata de una antología inteligente y sustentada en una tesis tan sencilla como perentoria: no es antología de poetas, sino de poemas. Es decir, el libro batalla con la poesía y lanza el reto de su selección. Su primera consecuencia es la divulgación de esa poesía, que sin querer se vuelve canon por su propia naturaleza selectiva. Y también, como al revés dice el título de su prólogo, abre puertas en lugar de cerrarlas, pues el inútil sueño de toda antología es cerrar el círculo y ceñir laureles, cuando siempre abre puertas simplemente, señala caminos, seduce e invita con su presencia temporal. El título del libro es excelente, pues desnuda el móvil de toda antología. Los resultados siempre son provechosos, como este libro tan atrevido como necesario.


Ricardo Vírhuez Villafane

Director de la Revista Peruana de Literatura